
¿Por qué el vino huele a frutas si no las tiene?
Aunque no se le añaden frutas, el aroma del vino nos recuerda a fresas, cerezas, cítricos o melocotones.
Esto se debe a la presencia de compuestos aromáticos naturales que se forman durante la fermentación y el envejecimiento.
El aroma del vino no proviene de ingredientes añadidos, sino de reacciones químicas que liberan moléculas similares a las presentes en distintas frutas, flores o especias, lo que convierte cada copa en una experiencia sensorial única.
El misterio detrás del aroma del vino
El vino es una de las pocas bebidas capaces de evocar una amplia gama de olores sin contener directamente esos elementos. Los responsables son los ésteres, aldehídos y otros compuestos volátiles que nacen durante la fermentación.
Estas moléculas son idénticas o muy parecidas a las que se encuentran en frutas como la manzana o la piña, de ahí que nuestra nariz detecte notas que en realidad nunca fueron añadidas.
La influencia de la uva y el terroir
Cada variedad de uva concentra precursores aromáticos distintos. Por ejemplo, la Sauvignon Blanc suele destacar por notas herbáceas y cítricas, mientras que la Tempranillo tiende a ofrecer recuerdos de frutos rojos.
El suelo, el clima y la forma de cultivo también influyen en cómo se expresan esos matices, potenciando unos u otros.
El papel de la crianza en madera
Más allá de la uva, el proceso de crianza aporta capas adicionales de aromas. Las barricas de roble liberan compuestos como la vainillina o el eugenol, que evocan vainilla, clavo o cacao.
Así, el vino se transforma en un mosaico olfativo que combina notas frutales, especiadas y tostadas.
Degustar con la nariz
Gran parte de la experiencia de cata no está en el paladar, sino en la nariz. El aroma del vino guía al catador a reconocer la complejidad y calidad de la bebida.
Al girar la copa y oxigenar el líquido, se liberan aún más moléculas volátiles que despiertan recuerdos y sensaciones.
Cómo distinguir aromas y sabores en el vino

Un viaje sensorial en cada copa
El hecho de que un vino huela a frutas, flores o especias sin contenerlas es una muestra de la riqueza natural de esta bebida milenaria. Comprender la ciencia detrás de estos matices no solo resuelve una curiosidad, sino que enriquece el disfrute de cada sorbo.
Descubrir el aroma del vino es adentrarse en un viaje sensorial en el que la química y la naturaleza se encuentran.
